David Bowie: suena el misterio

Es muy probable que el nuevo disco de David Bowie, titulado The next day, que él mismo dispuso en iTunes pero que mañana se publicará como tangible, sea recordado por el contexto de su producción más que por su festival de autorreferencias. Como sea, la vuelta al ruedo del británico siempre se considerará un acontecimiento, y mucho más después de un parate de casi 10 años en los que se los vio poco y nada; y en los que la prensa amarilla cayó en la tentación de especular con la posibilidad de una enfermedad terminal.



Por Germán Arrascaeta, en Twitter @gron


Patrañas. Si bien sufrió una angioplastia allá por 2004 y en el marco de la gira de respaldo para el sobrio Reality, la obra precedente, Bowie se ha recluido en su piso neoyorquino no sólo para recuperar su salud sino también para oxigenarse, para repensar su lugar en el mundo del rock tras varios años de comportarse como un detective que llega tarde a la pista.
Tales conclusiones pueden sacarse si se toma el último tramo de su discografía, donde buscó, en vano, cierto alineamiento con la actualidad de cada momento; y si se interpreta su “invisibilidad” en tiempos en los que estamos obligados a hacer talk show nuestra intimidad. Todos, desde los desangelados hasta las súper estrellas, ponemos de qué va nuestra vida en las redes sociales. Es curioso, pese a que en los prolegómenos de Facebook y Twitter Bowie tenía bastante activo un blog en su página web, con el advenimiento del imperio de estas redes se llamó al silencio. Se encanutó. Se replegó, por si prefiere algo menos coloquial.
Quizás sea el modo que encontró para hacer rock cuando manda sobreexposición, la inspiración ha mermado y el cuerpo da un alerta. Así como Andrés Calamaro elige revolucionar desde soundcloudmediante mash ups, u otros artistas le buscan el pelo al huevo a su música experimentando con nuevas formas de producción (Björk y la posibilidad de que el usuario de tablets consiga una mezcla alternativa manipulando una estándar, por caso), Bowie eligió lo más rock de todo: desaparecer. Extinguirse hasta preocupar.
Silencio es saludEs en este marco que se destaca el contexto de The next day por encima de lo que suena al reproducirlo. Porque el disco demando casi tres años de trabajo sin que se filtrara ninguna información sobre su concepción. El plan fue un plan simple: demos sobre ideas primigenias, mejoramiento de esos demos, grabación formal con tendencia al corte definitivo, polvos mágicos por parte del amigo y productor Tony Visconti. Y se desarrolló luego de que todos los involucrados firmaran un contrato de confidencialidad cuyos términos expiraron cuando Bowie cumplió 66 años y anunció la salida del disco. Mantuvo la expectativa días después con la difusión de dos temas con sus correspondientes videos y con la disposición del disco full en iTunes. Volvió al ruedo justo cuando se lo quería fosilizar mediante una muestra dedicada a su figura en el museo Victoria de Londres.
Eso también es rock, aparecer entero cuando a uno lo dan por (casi) muerto. O cuando se lo canoniza como “dinosaurio”. Ahora bien, ¿qué tan relevante será The next day? ¿Qué tanto dialoga con la ingeniera de ocultamiento que demandó su creación? Podría responderse que es Bowie asumiendo que es Bowie, a estas alturas un clásico al que se le reconoce haber afectado a la cultura rock mediante juegos vanguardistas que incluían licuar la singularidad del hombre común (David Jones devenido en David Bowie para el negocio del espectáculo) en pos de la creación de un alienígena, por ejemplo (Ziggy Stardust). En otras palabras, es un disco de reafirmación pero muy consciente del fulgor del que lo crea, con notables detalles de buen gusto y sin un eje conceptual por más que el estribillo del tema de apertura, y que da nombre a todo, tenga la frase “aquí estoy, no del todo moribundo; mi cuerpo se deja pudrir en un árbol hueco”. La decrépita finitud es uno de los tantos tópicos, en todo caso, y en este rock marcial que crece en su firmeza a medida que pasa el tiempo se interrumpe con otro verso nada funcional para el Vaticano de estos días: “pueden trabajar con Satanás mientras se visten como santos”. En otras palabras, Bowie se da el gusto de pasar del propio ombligo a un divague sobre el bien y el mal enfocado en la figura de un sacerdote. Capricho puro. Como proponer Dirty boys, un medio tiempo que suena producto de una zapada y está recortado con saxo tenor. La letra, algo turbada: “cuando el sol se pone, la suerte está echada y no tenés opción, correremos con los chicos sucios”.
Where are we now? y The stars (are out tonight) ya fueron consideradas pero vale reinterpretarlas. La primera es una evocación del Berlín en la que Bowie vivió una de sus tantas reinvenciones (la bendita trilogía LowLodger y Heroes); la segunda, resuena como una alusión a la gente común afectada por las estrellas del afuera, algo que está abonado por el clip protagonizado con Tilda Swinton (¿hay algo más andrógino, bello y desconcertante que Tilda?), en el que la actriz y Bowie encarnan a un matrimonio anciano perturbado por jóvenes andróginos que relojean su casa. El crítico británico Simon Reynolds ha observado que Bowie tiene una relación bipolar con la fama (chequear Fame, uno de sus éxitos setentistas, y analizarlo en oposición a este tema), pero aquí parece partir desde la posición de una celebrity asumida, que no tiene por qué rendirle cuentas a nadie e interpreta el asunto de modo antojadizo, eligiendo el camino del desconcierto.
Al comienzo del texto se habló de festival de autorreferencias. Además de la señalada en relación a la fama, se pueden destacar otras de similar alcance. Como la sensación de renuncia “a las emociones de la vida” de Love is lost, que parece evocar sus años de desenfrenado irredento.
Sigamos. Dancing out in space es el viejo ejercicio de darle una pátina pop al rhythm blues. (You will) set the world on fire alude al Bowie que no tenía reparos en aturdir sin perder la elegancia en Tin Machine, allá por los primeros ‘90. If you can see me y su estampidabreakbeat nos muestra al duque que buscaba “sintonizar”, no quedar fuera de época. Y Heat es un cierre a puro desasosiego que lo tiene como un crooner (figura que siempre lo extasió por su adoración a Jacques Brel) herido, hilvanando frases hasta que llega a una confesión de parte que relativiza toda interpretación, incluso ésta: “No sé quién soy”.
Al fin y al cabo, parece que el misterio llama al misterio. ¿Habrá gira? Hummm.


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